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Coronavirus y cooperación política



Por Osvaldo Iazzetta

Facultad de Ciencia Política y RR.II.

Universidad Nacional de Rosario

¿Qué grado de división política admite una emergencia sanitaria como la creada por la actual pandemia?

El miedo que ésta ha desatado relativiza las diferencias sociales, nos vuelve vulnerables a todos, y de ese modo democratiza el reparto de los riesgos. Esta mutua sensación de desamparo tiene un poderoso efecto igualador que incentiva la cooperación política, tal como hemos podido apreciar en la Argentina reciente y en otras democracias que enfrentan esta amenaza.

Como sugería Hobbes, refiriéndose al estado de naturaleza, el miedo compartido nos iguala, nos vuelve clarividentes y nos empuja a la cooperación.[1] La aparición de un peligro común –el “enemigo invisible” del que hablan los mandatarios del mundo en estos días-, resuelve un dilema de la acción colectiva anteponiendo la necesidad de una respuesta concertada que supere la mutua desconfianza y las antinomias que son tolerables en tiempos de normalidad.

El miedo común genera un autointerés esclarecido que combina inesperadamente emoción y racionalidad: miedo y cooperación. Sin embargo, aunque el miedo es un incentivo para la cooperación, esta respuesta no está descontada, exige grandeza y generosidad en los líderes que gobiernan y voluntad de la oposición para acordar y deponer mezquindades.

Un repaso de los diferentes escenarios políticos del mundo actual muestra que los líderes opositores bajan el tono de sus críticas a medida que se agrava la situación sanitaria de su país. Aunque coincidan en el diagnóstico general, eso no suprime las diferencias: en España, por ejemplo, el Partido Popular reclama al gobierno de Sánchez extender la cuarentena que evalúa levantar muy pronto por razones económicas; en Italia, Salvini y otros líderes de centroderecha exigen al gobierno de Conte mayor participación del Congreso en la toma de decisiones, y otras divergencias similares pueden observarse en otros países que enfrentan esta emergencia. Subsisten lecturas alternativas sobre las estrategias y modalidades más adecuadas para darle respuesta, pero en el marco de un consenso básico respecto a la gravedad del contexto.

En Argentina la proximidad de la pandemia tuvo un efecto similar: postergó temporariamente los temas ubicados al tope de la agenda pública (aborto, reforma judicial, etc.) y suspendió las divergencias políticas que aquellas generaban. En su lugar, fue instalándose un clima de diálogo y acuerdos alentado por el gobierno nacional que incluyó a todas las expresiones del arco político. Ese gesto fue celebrado por una sociedad que aguarda de sus gobernantes grandeza en momentos de incertidumbre. Esa aprobación puede apreciarse en la mejora que registró la imagen pública del Presidente en los últimos sondeos de opinión.[2] Que nuestra dirigencia política –legisladores, gobernadores, intendentes, etc.-, haya alcanzado este nivel de acuerdo nos resulta natural, ¿qué otra cosa puede hacerse en situaciones como ésta?

Sin embargo, esto que nos parece tan natural, no lo es a la luz de lo que observamos en algunas experiencias vecinas: no basta que lo sugiera el sentido común, es preciso también voluntad política y civismo para arribar a estos acuerdos.

En otras palabras, aunque la gravedad de las circunstancias lo aconsejen, la cooperación no está descontada de antemano. Brasil es una muestra cabal de ello: Bolsonaro combina una desafiante negación del problema con una polarización política atizada desde el más alto nivel gubernamental en medio de la emergencia. Un liderazgo “polarizador”[3] de este tipo aumenta el desconcierto de la sociedad y pone en duda sus condiciones para ofrecer soluciones colectivas: es un productor de incertidumbre cuando en rigor, se espera que quien gobierna contribuya a reducirla.

La estrategia de polarización y radicalización que le resultó exitosa para triunfar en las elecciones de 2018 no puede sostenerse en un contexto crítico como el que ahora enfrenta la sociedad brasileña. La respuesta social no demoró en llegar: según la consultora brasileña Atlas, un 64% de la población rechaza la gestión de Bolsonaro en el tema del coronavirus y un 45% se declara en favor del impeachment.[4]

La pandemia que se expande por el mundo plantea novedosos desafíos políticos y económicos que forman parte de un proceso en curso, aún difícil de evaluar. Nos movemos en un marco de incertidumbre que renueva la sensación de fragilidad frente a la naturaleza, que el hombre había perdido tras el arrollador desarrollo de la ciencia y la tecnología. Esta amenaza no sólo cuestiona la confianza en el control del hombre sobre la naturaleza –y el ideal de progreso que está en el centro de este desencanto-, sino también, la competencia de sus gobernantes para conducir a otros hombres en tiempos difíciles e inciertos, como los que hoy nos tocan vivir.

 

[1] Véase Fernando Vallespín, “Vulnerabilidad mutuamente asegurada”, El País, 15/03/2020. [2] En un relevamiento reciente el 65.3% de los consultados se manifestó “muy conforme” con la actuación del gobierno frente al coronavirus (véase Eduardo Paladini “Efecto coronavirus: Buena imagen de Alberto Fernández y críticas a Cristina Kirchner”, Clarín, 23/03/2020). [3] Véase Marisa von Bülow y Mariana Llanos, “Brasil: los límites y peligros de un presidente polarizador”, El País, 24/03/2020. [4] Véase Talita Bedinelli, “Gestao de Bolsonaro do coronavírus é reprobada por 64%, e 45% se dizem a favor de impeachment”, El País, 19/03/2020.

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