El bicoalicionismo que estructuró la oferta electoral desde el triunfo de Cambiemos en 2015 –y que parecía haber llegado para quedarse-, hoy se ve seriamente desafiado por la irrupción de una derecha competitiva y con chances de conquistar el gobierno. Ese tablero electoral, que creíamos destinado a perdurar, fue sacudido por esta novedad que instaló un escenario de tres tercios y nos apartó de la polarización que monopolizó la agenda y la dinámica política en los últimos años.
La distribución de las preferencias en tres fracciones, muy próximas entre sí (29,86% La Libertad Avanza; 28% Juntos por el Cambio y 27,28% Unión por la Patria), deja un panorama incierto respecto al resultado final pero también abre interrogantes sobre las condiciones de gobernabilidad que deberá enfrentar el próximo gobierno.
Hay otra novedad que no puede pasarse por alto. La participación en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) realizadas en agosto del 2023 fue la más baja (69%) desde su implementación en 2011. Un tercio del electorado no asistió a ellas (11 millones, sobre un padrón de 35 millones de electores), un ausentismo que confirma el descontento y pérdida de interés del electorado con la oferta disponible y una señal de la negatividad -como una forma más de expresión política-, que campea en las democracias contemporáneas.
De modo que el padrón electoral no quedó dividido solo en tres partes, como sugerimos al comienzo, sino que incluye una cuarta pata (la de los ausentes), que supera incluso al candidato más votado (Milei obtuvo 7.352.244 votos), y nos recuerda el distanciamiento que una porción significativa de la ciudadanía mantiene con quienes se ofrecen para representarla.
Otra novedad reside en las chances electorales de una derecha radical que cifra todas sus esperanzas en las cualidades de un líder provocativo y extravagante (Javier Milei), que tiene buena recepción en el electorado joven, pero carece de una organización e implantación territorial comparable al de las fuerzas tradicionales. La ausencia de un aparato territorial explica sus magros resultados en las elecciones locales, pero eso no ha sido un escollo para obtener el mayor porcentaje de votos en las PASO. El principal vehículo de llegada a sus electores son las redes sociales desafiando los modos de comunicación que han sido comunes hasta hoy y logrando una penetración en el electorado juvenil (menores de 30 años), que es precisamente, donde encuentra mayor nivel de aprobación.
Milei es un candidato de las redes sociales que surgió y se construyó a través de ellas y sigue necesitándolas para sostener su presencia en ese espacio, aunque luego de las PASO este se haya convertido en un terreno de disputa, dividido entre quienes lo apoyan y lo discuten.[1]
La fortaleza que adquirió en las redes sociales presenta como contrapartida, un frágil armado territorial que se ha puesto en evidencia en las elecciones provinciales realizadas a lo largo de este año en 18 distritos.[2]
Estos resultados mostraron un significativo aumento de las provincias que serán gobernadas por Juntos por el Cambio (y en particular por el radicalismo), pero también dejaron al desnudo la debilidad territorial de La Libertad Avanza (LLA), que en muchos casos no ha postulado candidatos propios o han obtenido –cuando los ha presentado-, porcentajes muy inferiores a los logrados por su referente nacional en las PASO.
Existe un marcado desacople entre el apoyo obtenido por esta fuerza en las elecciones nacionales y en las locales, un dato que refuerza la personalización y centralidad del candidato libertario que protagonizó un meteórico ascenso sin una construcción territorial que le brinde sustento. La ausencia de un entramado local constituye un signo de debilidad que lo priva del acompañamiento de gobernadores y legisladores nacionales en caso de llegar al gobierno, pero eso no parece poner en riesgo sus chances presidenciales ni representa un motivo de preocupación entre sus electores, que confían en las cualidades de su líder para sortear esta limitación.
Esa débil implantación territorial desnuda la naturaleza de una propuesta que descansa en un liderazgo sin organización partidaria. Como ha señalado acertadamente un analista, Milei encarna el “unipersonal más exitoso de la política argentina moderna”.[3]
No sólo carece del apoyo de gobernadores e intendentes propios, sino que reunirá -según algunas estimaciones-, poco más del 10% de las bancas del Senado y aproximadamente un 15% en Diputados.[4] Las dificultades que en el pasado atravesaron otros gobiernos sin mayorías parlamentarias, se verían notoriamente acentuadas en el caso de un hipotético triunfo de esta fuerza. Nos encaminaría hacia un escenario desconocido, con un gobierno que enfrentaría el desafío de funcionar sin apoyatura parlamentaria, sin anclaje territorial que lo sostenga y desprovisto de un escudo legislativo que lo resguarde de una oposición que contará con mayoría para bloquear sus políticas y, eventualmente, removerlo.
El discurso anticasta y antiestado, que tanto rédito le brindó al candidato libertario frente a una ciudadanía desencantada, confunde política y estado, olvidando que la política es un medio de organización de la vida en común que puede o no requerir de la intervención del estado. Sin embargo, la ambiciosa agenda de reformas que tanto entusiasma a sus seguidores, requerirá de acuerdos, negociación y finalmente, de mucha política, algo que se vuelve más necesario en este caso por falta de mayorías parlamentarias. Paradójicamente, el tono moralizante con el que se condena a la “casta” política no le impide a Milei buscar apoyos en viejas expresiones de la vida política y sindical que muy poco tienen que ver con la castidad de la que se hace alarde para oponerse a lo existente.
Un último interrogante surge de la brecha entre las expectativas que despiertan las promesas del candidato libertario entre sus votantes (en sus seguidores no solo hay enojo con la “casta” sino también esperanza en un futuro distinto), y los recursos de gobierno con los que contará para concretarlas. No pensamos solo en la viabilidad y consistencia técnica de sus propuestas -que en los casos de la dolarización o cierre del Banco Central, fueron puestas en duda por especialistas y organismos multilaterales-, sino en el respaldo político institucional que deberá reunir para ponerlas en práctica.
Tampoco debemos olvidar los límites que el Estado de Derecho le fija a muchas de esas pretensiones (el presidente de la Corte Suprema de la Nación ha anticipado el carácter inconstitucional de la dolarización impulsada por LLA), y recordar que en una democracia no basta la legitimidad electoral de sus autoridades sino también exige el ejercicio regulado del poder por parte de estas.
Muchas de estas iniciativas –especialmente aquellas que despiertan mayor aceptación y entusiasmo entre sus seguidores–, podrían tensionar y forzar los límites institucionales, poniendo a prueba la fortaleza del juego democrático.
Como hemos visto en otras experiencias recientes sacudidas por fenómenos similares (EE.UU. con Trump, Brasil con Bolsonaro), la pregunta no es si estos movimientos lograrán avanzar en sus propósitos, sino si al intentarlo, será posible sostener una esfera civil vigorosa y una red de ciudadanía e instituciones con vocación democráticas que actúen en el marco de valores cívicos compartidos.
El escenario electoral aún permanece abierto, pero con prescindencia del resultado, ya nos ofrece múltiples indicios que justifican los interrogantes que hemos expuesto y nos reclaman una adecuada comprensión de las condiciones que nos condujeron a este punto.
[1] Carlos Pagni señala que antes de las PASO, la figura de Milei “…atraía aproximadamente el 70% de la conversación política en las redes, sobre todo en X (exTwitter). Ahora concentra el 80% de la conversación, pero con esta innovación: el 50% del 80% empieza a ser negativo para Milei. Daría la impresión de que la imagen de Milei está cambiando frente a la sociedad probablemente porque ahora está en el centro de la escena, que es donde no estaba, y porque ahora es un candidato probable a la presidencia, que no era antes del 13 de agosto” (Carlos Pagni, “El caso ‘Chocolate’ y la omertá bonaerense”, La Nación, 26/08/2023). [2] Cabe aclarar que las elecciones argentinas no cuentan con un calendario unificado y al día de hoy, la mayoría de los distritos han elegido a sus autoridades provinciales, municipales y legislativas. Ya se efectuaron elecciones en Córdoba, Chaco, Chubut, Formosa, Jujuy, La Rioja, La Pampa, Mendoza, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, San Juan, San Luis, Santa Cruz, Santa Fe, Tierra del Fuego y Tucumán. No obstante, quedan cuatro distritos que tendrán sus elecciones locales junto a las nacionales de octubre: Catamarca, Entre Ríos, Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. [3] Claudio Jacquelin, “Una inyección de optimismo para Juntos por el Cambio”, La Nación, 25/09/2023 [4] Sergio Berensztein, “Cómo construir gobernabilidad en un sistema político fragmentado”, La Nación, 22/09/2023).
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